Si observamos este fragmento de
la película El hobbit: un viaje
inesperado, podremos percibir una realización del fenómeno que vamos a
tratar hoy: la ambigüedad. ¿Serías capaz de localizarla?
A causa de las gramáticas, ortografías y demás tratados de la lengua, hemos llegado a pensar que esta está completamente estructurada y que no hay lugar para la vacilación. Sin embargo, a lo largo de nuestra experiencia hemos descubierto que nadie ni nada es perfecto: ¿quién no habrá malinterpretado las palabras de otro? o ¿quién no habrá pasado un bochorno al expresar algo que realmente no pensaba? Pues, aunque parezca mentira, la ambigüedad de la lengua es una de las culpables.
Sin irnos muy lejos, solo nos
hemos de fijar en el título de este blog: el cajón (de)sastre. Hace
algunos años, cuando los sastres estaban muy solicitados, probablemente nadie
dudaría al escuchar la referencia a un cajón de sastre. Pero, en la actualidad,
al pronunciar este sintagma todo el mundo imaginará uno de los catastróficos
cajones de su habitación. Esta ambigüedad fónica se ha ido produciendo a través del cambio
en la sociedad, que ha dejado de ir al modista para comprar toda su ropa en
grandes centros comerciales.
Otros tipos de ambigüedades
pueden llevarnos a un verdadero ‘tierra trágame’: si, por ejemplo, le
comunicamos a nuestro amigo que la perra de María está muy vieja, tal
vez pueda interpretar que estamos insultando a la mujer, y no hablando de su mascota.
Siguiendo el mismo camino, alguna vez habremos afirmado o escuchado la frase soy una perra. ¿Realmente creéis
que la muchacha estará declarándose públicamente una ‘facilona’? Nada más lejos
de la realidad: se trata más bien de una traducción literal de la expresión
valenciana sóc una gossa, que
significa ser una persona vaga.
Para encontrarnos con dicho fenómeno no es necesario estar en una situación límite, ya que lo vemos continuamente en el habla cotidiana:
Si quedamos con algún compañero y al llegar nos dice: Te estaba esperando en el banco, ¿dónde estaba realmente?, ¿sentado en un banco o en Bankia? Y, del mismo modo, cuando estás tomando un café solo, puede que este no tenga leche, que solamente hayas pedido un café o que no tengas compañía en la mesa. También podemos oír a alguien anunciar ¡el cerdo está listo para comer!, y puede que no lleguemos a descubrir si será la próxima cena de una familia o si hay que alimentar a un cerdo.
Si quedamos con algún compañero y al llegar nos dice: Te estaba esperando en el banco, ¿dónde estaba realmente?, ¿sentado en un banco o en Bankia? Y, del mismo modo, cuando estás tomando un café solo, puede que este no tenga leche, que solamente hayas pedido un café o que no tengas compañía en la mesa. También podemos oír a alguien anunciar ¡el cerdo está listo para comer!, y puede que no lleguemos a descubrir si será la próxima cena de una familia o si hay que alimentar a un cerdo.
Pero no pensemos que estos ‘fallos técnicos’ solo se dan en
el habla espontánea; de hecho, seguro que hemos percibido cierta ambigüedad en
los periódicos u otras publicaciones. Por ejemplo, esta noticia del
periódico 20 minutos (07/08/2012) puede tener un doble sentido: ¿la familia real no irá a animar a los deportistas?, ¿o es que el hecho de que no acudan los animará?
Aunque hasta el momento solamente hemos visto oraciones en las que la ambigüedad se da accidentalmente, también es un recurso muy útil. Este aspecto lo podemos ver en el minuto 0:24 del siguiente vídeo, donde Matías Prats juega con la expresión se le fue la mano: ¿se le fue la mano al niño, o a la estatua de Cristóbal Colón?
¿Pensáis que sería mejor que no existiera la ambigüedad? ¿o es un fenómeno que enriquece nuestra comunicación?
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